Igual que cada noche esperas a que ella llegue,
con la cena enfriándose sobre la mesa,
porque cuando la ves cruzar el umbral de la puerta,
tú ya solo piensas en el postre.
Sientes que a él nunca le podrás dejar,
está tan grabado en tu piel,
que no es solo un tatuaje más.
Y luego está ella, que,
aunque no buscaba cruzarse con tu mirada,
terminó por fusionar vuestros océanos.
A partir de ahí te hiciste marinera,
sin confesar lo que a todas luces era evidente,
y que a ella, sin que tú lo supieras, no le importó.
Cada noche llegaba tarde a casa para que a él
le diese tiempo de decirte cuánto te echaba de menos,
tú sonrieses, y tachases un día más
de aquel calendario que os separaba.
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Y así transcurrían las noches: entre cenas frías,
teléfonos ardientes y corazones a la deriva.
*la mirada es de P.G.
*la mirada es de P.G.
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