Buenas noches, te quiero. |
Dicen que cuando una persona se marcha para siempre hay que
dejarla ir. Y eso se consigue recordándola con alegría, pero es difícil y más
cuando hace un par de meses que se ha ido. Si las despedidas ya de por sí son
dolorosas cuando se trata de alguien que día a día te hacía feliz sólo con su
presencia, ver que ya no está es demoledor.
Hay días que crees, aún sabiendo que nada volverá a ser como
antes, que poco a poco le dejarás de echar de menos y que te acostumbrarás a no
verle; pero hay otros días en los que cuando llega la noche, de repente, rompes
a llorar y no puedes parar. Miras su foto y le ruegas a Dios que esté bien, que os vea y sienta que no está solo. Y le pides a él que por favor te haga una
señal y que te ayude a sentirle cerca siempre. Es una desesperación amarga. Te
quedas dormida llorando y en ocasiones, al día siguiente, te levantas abrazada
al marco en el que está la foto de los dos. En esa que te tiene agarrada por la
cintura y te aprieta contra sí mismo mientras te canta. Lo que darías por oír su voz…
Todos sabemos que la muerte forma parte de la vida, que hay
que aceptarla y dar gracias por haber tenido la oportunidad de disfrutar del
regalo que ha supuesto esa persona en tu vida. La teoría está clara, pero en
los sentimientos no es aplicable. No se puede controlar la tristeza o la
melancolía, ni recuperar ese trozo de alma que se fue con la suya. Todo se reduce a aprender a vivir con la ausencia.
Y claro que la vida sigue, y claro que tú vas con ella, pero
ahora de forma diferente y eso también hay que asimilarlo. No solo tú, sino los
que tienes a tu alrededor.
Ya no eres la misma.
Ya no eres la misma.
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