Ya no está en edad de reafirmarse,
algo que, por otra parte,
no depende de los inviernos cumplidos.
Aunque no lo diga en voz alta,
por miedo a que se desvanezca el hechizo,
él es, desde hace mucho tiempo,
alguien seguro de sí mismo.
Sabe exactamente lo que es capaz de dar,
y sabe lo que quiere.
Camina entre arrugas,
cerveza y camisas remangadas.
Parece enredarse en la meticulosa elección
de una pomposa prosa con tiro certero,
y una vez deshojado,
de su tallo no deja de brotar
una incesante savia cristalina
que nutre a lxs peregrinxs del desierto.