viernes, 13 de abril de 2018

Su aterrizaje en mi solar


"¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?"
La misma pregunta me hice cuando le vi entrar en aquel pub,
que pudiera ser una metáfora de la vida.
Desde entonces no ha dejado de romperme los esquemas.
Habla mucho del pasado, puede dedicar horas a regalar historias que,
si escuchas con atención, te dicen quien es.

Es tan diferente que borra líneas ni sabía que existían,
transformándolas en curvas irregulares y cambiantes que no dejan de crear.
No sé si fue un flechazo,
lo que si sé es que a día de hoy todavía sonrío al recordarlo.

Ya en la primera cita se desnudó abriendo el pecho en canal;
en el segundo encuentro, la intención se nos desvió de cintura para abajo.
En el tercero, mi cuerpo despertaba al peder el contacto con su piel.
La cuarta cita me recordó lo bien pintada que estaba su sonrisa en la cama,
convirtiéndose en entrada triunfal la llegada de su mano a la mía.

Y ahí estábamos, con más cosas en común de las que parecíamos tener,
o eso pensaban aquellos que nos miraban tras el cristal;
aunque la verdad era que lo único que compartíamos,
además de tabaco de liar,  era una ciudad en el carnet de identidad.




sábado, 7 de abril de 2018

El color de las musas


Las musas, sus visitas y el tiempo.
Es cierto que cuando llegan han de sorprenderte con papel y boli en mano,
aunque no todo el mérito es suyo.

Sobrevaloradas musas a las que imagino por colores:
una de ellas es azul, como sus ropajes;
otra de tonos lilas y cabellos despeinados.
Una de las musas se escapó de la época romana,
haciendo gala de su omnipresencia, perdurable en el tiempo.

Las musas las fabricamos y nos las crean.
La última en incorporarse al reguero de mis venas es constante y guerrera,
y le gusta hacerme compañía. A mí también que venga.
Me ayuda a exprimir recuerdos, porque por mucho que digan,
las musas no inspiran, sino que despiertan emociones escondidas bajo la piel.

miércoles, 4 de abril de 2018

Matices que apagan brillos

Una vida vacía, impregnada de rutina. Agónica rutina que, una y otra vez, 
le quemaba por dentro calcinando los espacios en los que el eco taladraba sus oídos. 

Llevaba ya tiempo intentando encontrar emociones en el desván de la desidia; 
buscando hallar novedades en lúgubres rincones, 
allí donde jamás existió absolutamente nada. 
Ella siempre supo que aquello que no había nacido, 
no moriría jamás y que no perdería su tiempo en disfraces enlutados.

Tiempo que si no perdía no valoraba; risa que si no corría peligro, no quería salvar; 
paisajes que ni había visto ni podía imaginar 
y que formaban parte de un resbaladizo corazón, 
que se sentía culpable por tenerlo todo y no ilusionarse por nada.

Solamente fue necesario cruzar una primera mirada para poder entenderla. 
Quedaba patente que su silencio formaba parte del desarrollo de aquella novela, 
el relato de su propia historia. 
El brillo de sus ojos escondía una metáfora clandestina oculta en aquel poema de amor, 
y su soledad retrataba silenciosos gritos de tristeza que resonaban en aquellos suspiros incesantes.
Suspiros de un alma atormentada, que, por más que lo intentaba, no lograba sacar a flote al corazón.




                                                                  Compartido y escrito por ambos.
                                                                                   Gracias G.,