viernes, 12 de enero de 2018

Ruido y silencio





Escribir para no olvidar su cara, sus ojos brillantes,
su bonita sonrisa y sus piernas cruzadas en aquel hotel mientras se leía en mis letras.
Aquella noche en la que, mientras él dormía, no dejé de mirar el reloj,
arañando minutos que impidieran los desvíos en nuestros caminos.

Qué bien le quedaban esas sábanas blancas que tapaban, a retales, su cuerpo tatuado,
dejando ver en su pecho una enorme máscara;
en sus costados, la música y lo pirata de la vida.
Las raíces bajaban y subían por su pierna enfrascada de mujer.
En su pierna valiente, rostros, figuras y sentimientos salieron de sus propias manos.
En la espalda, su favorito, un boceto grabado a sangre que siempre la recordará,
devolviéndole aquel beso de despedida que bien vale los besos de toda una vida.
En sus brazos, mi perdición: desde el hombro a la muñeca, una manga tejida con amor.
Círculos, lagartos, ojos y fuerza. Negrura en las colinas, verdoso en las laderas.
Corchea tachada, ruido y silencio en su piel.

Ruido y silencio en su interior.
Cansancio y fatiga de una década nómada sin la que no sabría vivir.
Libertad, respeto y cultura campan sin pudor por sus marcadas venas,
prominentes y serenas.
Ansias de saber en sus redondos ojos color marrón vidrioso,
que se empañan al rememorar sus 25 años,
que miran mi rostro con curiosidad y mis ojos con ganas de deshojarlos y capturarlos.
Igual que la instantánea que tomó su mente de la chica de los pies pequeños tendida sobre la cama: encuadró con sus manos curtidas de música y tierra y pulsó el botón.

Cuatro días que acabaron en la puerta de un bar, no un bar cualquiera,
sino el "de los mejores", que no el mejor;
con la suavidad de unos labios que se cernían sobre los de ella,
que todavía no sabía lo que había pasado y que no quiso girarse para verle marchar.
En su penúltima imagen: su sonrisa, sus vivos y felices ojos, una camisa negra bajo una chaqueta naranja,  una sudadera gris con cremallera y su cazadora de cuello desgastado y tachuelas plateadas. Cinturón, pantalón y botas de montañero cubren su delicadeza.

- "Cuídate", le dijo.
- "Por favor, escribe", contestó.

Y así lo hago. Así me lo tatúo.

miércoles, 10 de enero de 2018

De vuelta



Aquel día de Reyes llegó a mí el mejor regalo que he tenido nunca un seis de enero.
No me hizo falta abrirlo, sentía que me haría sentir.
Cuando empecé a separar el envoltorio de su piel, lo hacía con cuidado.
Me encantaba ese envoltorio y más, su sonrisa, que logró conectarme al universo.


Me mostró años en unas horas, jirones de sus vidas en sus ojos.
Unos ventanales en los que pude ver las vidas que no tuve la valentía de vivir,
el amor, el dolor y el desgarro; pero sobre todo, la luz y el aire que sacude,
que te hace despertar y llena el alma.

Él es de los que no se van y te mantienen respirando.
Esa botella de oxígeno que, con un soplo, te impulsa a la superficie.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Miedo a la Navidad


Nunca me ha gustado la Navidad, imagino que cuando era pequeña sí, por la suerte de poder ser una niña con regalos. El sentido de estas fechas se ha desvirtuado totalmente. Porque sí, para los que no lo sepan, lo que estamos celebrando es un alumbramiento y me descoloca la falsa solidaridad o mejor dicho la solidaridad parcial de unos días. También me extraña que las familias se profesen amor incondicional en diciembre y no en marzo por ejemplo, y tengo un sentimiento entre raro y aprensivo por la gente que "se vuelve buena" porque es Navidad.

Dejando a un lado estos pensamientos que puedan parecer demagógicos y aguafiestas, esta vez es distinto. No quiero que llegue la noche en la que tengamos que cenar sin él. Hace ya casi un año que nos dejó y van a ser las primeras navidades que su silla esté vacía. Cuesta acostumbrarse a no ver a una persona con la que has estado la mayoría de los días de tu vida y a pesar de ello, aunque no dejo de esperar a que sea él quien me abra la puerta de casa y, que a la hora de comer, antes de ir yo a cortarme un trozo de pan, él me lo deje al lado del plato mientras me guiña un ojo, aún así, aunque todavía no acepte del todo su pérdida; he conseguido a aprender a vivir con ella.

Atrás quedaron las semanas de ojeras y tristeza, creo que él mismo me está ayudando a recordarle de otra manera. Han tenido que pasar meses para eso y ahora nos enfrentamos a una primera noche sin él. Temo la vuelta a aquellos días y la debilidad de alguien en la mesa o de mí misma, me da miedo que con eso ella se rompa y desahogue las lágrimas reprimidas. Entonces ya no habrá sustento. He comprendido que él no era el único fuerte. Ella se ha convertido ahora en el lazo que aprieta y nos hace estar firmes. Por ella, y también por él, nos comeremos las uvas.

domingo, 4 de diciembre de 2016

También perdí el escudo

Lo realmente peligroso de entregar el poder a alguien no es el simple hecho de hacerlo. El problema viene cuando ni siquiera eres consciente de que ya no lo tienes. Ni te molestas en comprobar si sigue ahí. Y lo mejor de todo es que no te darás cuenta de que lo habías perdido hasta que él te lo devuelva. Entonces sí lo notarás.

Lo sentirás directo al corazón, de donde salió poco a poco dejándote desprotegida. El poder ha vuelto en forma de lanza, que te atraviesa y te duele tanto que desearás que se lo hubiera quedado para siempre, aunque sea tuyo.

No sabías que lo habías perdido. No estabas preparada para que se volviera contra ti... No pudiste defenderte y ahora te desangras. Tienes el corazón tan encogido que no le llega la luz del Sol. No quieres verla. No puedes. No sabes. Y pasan los meses y ni siquiera te has quitado la lanza.

domingo, 16 de octubre de 2016

Página 24

Y te abracé. Dije que te quería. Lloré. Te escupí un "cobarde" y el alma creyó salir al rescate ahogándonos con un "te voy a echar de menos"...

Y me abrazaste. Dijiste que me querías y lloraste. Ya me echabas de menos. Te bebiste mis lágrimas en un beso. En el último. El que nunca olvidaré. Suave en un extremo de la boca, delicado en la otra comisura, justo donde acaba la sal. Tan lento y cuidadoso como se sostiene aquello que está apunto de desvanecerse entre tus manos. Así me dejaste marchar y no dolió menos.

martes, 7 de junio de 2016

Perdí ganando

Un día por fin reúnes el valor y guardas sus fotos. No las rompes ni las eliminas, las guardas, eso sí, en la última carpeta del ordenador a la que puedas acceder. Sientes que eres un poco más fuerte porque no tiemblas al ver una imagen suya  y decides hacerlo, decides abrir esa carpeta escondida y ver las fotografías una a una.

Hay fotos juntos, solos, sonriendo, desprevenidos, graciosas, de familia, de perros, de un plato, de un cuadro que encontrasteis en la calle, de un par de folios, de un pequeño boxeador, del trabajo, de un suelo gris, de una herida, de un bebé, de una cama sin estrenar, de una palmera de chocolate…

Entonces lo entiendes y sabes que tuvo que pasar. Lo bueno y lo malo, porque sí, hubo bueno. Y mucho. Solo había que verle la cara para darse cuenta, y solo había que mirarte a los ojos para verle a él.

A través de sus ojos te ves hoy, ves ese pijama que desterraste al olvido hace meses y que desearías quemar, ves a una joven de pie en un rincón del bar sabiéndose perdida ya, te ves en sus brazos buscándole al amanecer, ¿o era al atarceder? Nos daba igual… Ves a una pareja de espaldas andando junto al mar, y lo ves a él. Ves una puerta cerrada aunque la alfombrilla del recibidor diga: “Bienvenida”… Entra ya.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El espejismo





















No entendía nada. De repente estaba como al principio y peor aún,
ayer la vio. Iba divertida jugando con su nuevo amor. Parecían un
par de adolescentes huyendo de la barrera de los treinta.

Él se alegró de verla feliz porque siempre supo que ella llevaba razón:
juntos no hubieran tenido futuro. Se habrían terminado destruyendo.
Sí, así como está él ahora, pero en vez de uno, los dos. Al menos ella
no vive estancada. Aprendió a querer y sobre todo, se dejó querer.

Desde que ella salió de su vida él creyó centrarse en no volver a sufrir,
pero en realidad se ha dado cuenta de que no sabe amar. De que no le gusta
en lo que se convierte cuando alguien intenta abrir la puerta entornada del
fondo del pasillo. Las alarmas se disparan inconscientemente y todo cambia.

Hay dependencia y posesión. Superficialidad y distancia. Como si le dieran

la vuelta y él desapareciera. Lo que muestra es irreal y nunca hay tiempo
para descubrir que es un engaño. Es demasiado insoportable y excéntrico.
Puede que un tanto repetitivo e insulso. Nadie le aguanta más de lo debido y
es consciente de ello, pero también tiene claro que si alguien atraviesa la puerta
será porque ha sabido sortear el espejismo. Y el espejismo también forma parte de él.

A veces le duele que nadie tenga la paciencia que a él le sobra, pero otras se
alegra. Quizá ese sea su estado natural y prefiera saberse solitario aun ahogándose
en su desdicha. Contradiciéndose a sí mismo, como siempre.