sábado, 24 de diciembre de 2016

Miedo a la Navidad


Nunca me ha gustado la Navidad, imagino que cuando era pequeña sí, por la suerte de poder ser una niña con regalos. El sentido de estas fechas se ha desvirtuado totalmente. Porque sí, para los que no lo sepan, lo que estamos celebrando es un alumbramiento y me descoloca la falsa solidaridad o mejor dicho la solidaridad parcial de unos días. También me extraña que las familias se profesen amor incondicional en diciembre y no en marzo por ejemplo, y tengo un sentimiento entre raro y aprensivo por la gente que "se vuelve buena" porque es Navidad.

Dejando a un lado estos pensamientos que puedan parecer demagógicos y aguafiestas, esta vez es distinto. No quiero que llegue la noche en la que tengamos que cenar sin él. Hace ya casi un año que nos dejó y van a ser las primeras navidades que su silla esté vacía. Cuesta acostumbrarse a no ver a una persona con la que has estado la mayoría de los días de tu vida y a pesar de ello, aunque no dejo de esperar a que sea él quien me abra la puerta de casa y, que a la hora de comer, antes de ir yo a cortarme un trozo de pan, él me lo deje al lado del plato mientras me guiña un ojo, aún así, aunque todavía no acepte del todo su pérdida; he conseguido a aprender a vivir con ella.

Atrás quedaron las semanas de ojeras y tristeza, creo que él mismo me está ayudando a recordarle de otra manera. Han tenido que pasar meses para eso y ahora nos enfrentamos a una primera noche sin él. Temo la vuelta a aquellos días y la debilidad de alguien en la mesa o de mí misma, me da miedo que con eso ella se rompa y desahogue las lágrimas reprimidas. Entonces ya no habrá sustento. He comprendido que él no era el único fuerte. Ella se ha convertido ahora en el lazo que aprieta y nos hace estar firmes. Por ella, y también por él, nos comeremos las uvas.

domingo, 4 de diciembre de 2016

También perdí el escudo

Lo realmente peligroso de entregar el poder a alguien no es el simple hecho de hacerlo. El problema viene cuando ni siquiera eres consciente de que ya no lo tienes. Ni te molestas en comprobar si sigue ahí. Y lo mejor de todo es que no te darás cuenta de que lo habías perdido hasta que él te lo devuelva. Entonces sí lo notarás.

Lo sentirás directo al corazón, de donde salió poco a poco dejándote desprotegida. El poder ha vuelto en forma de lanza, que te atraviesa y te duele tanto que desearás que se lo hubiera quedado para siempre, aunque sea tuyo.

No sabías que lo habías perdido. No estabas preparada para que se volviera contra ti... No pudiste defenderte y ahora te desangras. Tienes el corazón tan encogido que no le llega la luz del Sol. No quieres verla. No puedes. No sabes. Y pasan los meses y ni siquiera te has quitado la lanza.