martes, 7 de junio de 2016

Perdí ganando

Un día por fin reúnes el valor y guardas sus fotos. No las rompes ni las eliminas, las guardas, eso sí, en la última carpeta del ordenador a la que puedas acceder. Sientes que eres un poco más fuerte porque no tiemblas al ver una imagen suya  y decides hacerlo, decides abrir esa carpeta escondida y ver las fotografías una a una.

Hay fotos juntos, solos, sonriendo, desprevenidos, graciosas, de familia, de perros, de un plato, de un cuadro que encontrasteis en la calle, de un par de folios, de un pequeño boxeador, del trabajo, de un suelo gris, de una herida, de un bebé, de una cama sin estrenar, de una palmera de chocolate…

Entonces lo entiendes y sabes que tuvo que pasar. Lo bueno y lo malo, porque sí, hubo bueno. Y mucho. Solo había que verle la cara para darse cuenta, y solo había que mirarte a los ojos para verle a él.

A través de sus ojos te ves hoy, ves ese pijama que desterraste al olvido hace meses y que desearías quemar, ves a una joven de pie en un rincón del bar sabiéndose perdida ya, te ves en sus brazos buscándole al amanecer, ¿o era al atarceder? Nos daba igual… Ves a una pareja de espaldas andando junto al mar, y lo ves a él. Ves una puerta cerrada aunque la alfombrilla del recibidor diga: “Bienvenida”… Entra ya.

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