viernes, 9 de agosto de 2013

A la chica descalza le han amputado el corazón

Amanecía, a penas faltaban un par de minutos para las siete y allí estaba, frente a la fotografía situada en la leja que preside el escritorio de la habitación.

De pie y descalza, acariciándose con su propia mejilla el hombro izquierdo, casi besándolo. Era sobre el que el hombre de la imagen tenía posada su mano. Ella le miraba desde fuera fijamente, concentraba toda su atención en esos ojos que tantas veces había venerado de cerca. Intentaba que salieran del lienzo, que le dijeran algo, pero ahí los únicos que hablaban eran los de la chica descalza que se limpiaba dos lágrimas rápidas e infinitas que le surcaban la cara.

Recreó el momento inmortalizado en su memoria y recordó lo feliz que era entonces y cómo siempre buscaba sentarse cerca de él para disfrutar de su presencia, y mirando la imagen tiene la certeza de que él también lo fue y eso la reconforta a sabiendas que, aunque quiera, no podrá transmitir ni nadie entenderá lo inmensa que se sentía a su lado. Por eso son muchas las noches en las que se tumba en la cama con la luz encendida y se pierde en el cuadro. Lo mandó hacer de un tamaño considerable para que pareciera lo más real posible y tener la sensación de que él no la abandonará nunca.

Desde la cama lo observa. Es la última imagen que ve cada día, así lo siente un poco más cerca y así pretende sintonizar de alguna manera con él para que sepa que le manda fuerzas si todavía las necesita, que le transmite amor desde lo más profundo de su amputado corazón y quiere hacerle llegar las terribles ganas de verle aunque haga apenas seis meses de su marcha y el camino sin él acabe de empezar...

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