miércoles, 9 de octubre de 2013

El espejismo





















No entendía nada. De repente estaba como al principio y peor aún,
ayer la vio. Iba divertida jugando con su nuevo amor. Parecían un
par de adolescentes huyendo de la barrera de los treinta.

Él se alegró de verla feliz porque siempre supo que ella llevaba razón:
juntos no hubieran tenido futuro. Se habrían terminado destruyendo.
Sí, así como está él ahora, pero en vez de uno, los dos. Al menos ella
no vive estancada. Aprendió a querer y sobre todo, se dejó querer.

Desde que ella salió de su vida él creyó centrarse en no volver a sufrir,
pero en realidad se ha dado cuenta de que no sabe amar. De que no le gusta
en lo que se convierte cuando alguien intenta abrir la puerta entornada del
fondo del pasillo. Las alarmas se disparan inconscientemente y todo cambia.

Hay dependencia y posesión. Superficialidad y distancia. Como si le dieran

la vuelta y él desapareciera. Lo que muestra es irreal y nunca hay tiempo
para descubrir que es un engaño. Es demasiado insoportable y excéntrico.
Puede que un tanto repetitivo e insulso. Nadie le aguanta más de lo debido y
es consciente de ello, pero también tiene claro que si alguien atraviesa la puerta
será porque ha sabido sortear el espejismo. Y el espejismo también forma parte de él.

A veces le duele que nadie tenga la paciencia que a él le sobra, pero otras se
alegra. Quizá ese sea su estado natural y prefiera saberse solitario aun ahogándose
en su desdicha. Contradiciéndose a sí mismo, como siempre.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Un regalo inesperado

Mire donde mire encuentro un lugar para emocionarme. Tristeza y dicha se dan la mano en una misma imagen. Me doy cuenta de la importancia que supone tener a alguien al lado para que te ayude cuando ya no puedes solo. Y más importante aún, para que no permitan que se te olvide reír.

Un señor mayor me descubre mirándole cuando intenta llegar desde su silla a la orilla, le sostienen su hijos y dudo que pueda darse un baño. Para mi sorpresa, poco a poco sus pies avanzan y tocan el agua. Ahora también sus rodillas se sumergen.

Desde mi toalla creo verles reír. De repente el hombre más robusto se sitúa tras el anciano padre y le coge suavemente por la espalda, a la altura de los brazos, éste se deja caer. Flota entre las olas. Se balancea, o le balancean, ¿importa eso realmente? El señor ya no se da cuenta de mi presencia, él solo sonríe bajo los delicados rayos del recién llegado septiembre. Sonríe y me regala su felicidad.

domingo, 1 de septiembre de 2013

La última capa

Elegir la fotografía que todos verán cuando vayan a visitarte o el epitafio no es fácil,
pero es la última de las absurdas maneras de pensar que no te has ido.
Después no quedará nada.

Una capa más nos separará. Ya no habrá nuevas conversaciones.
A partir de ese momento no tendremos más decisiones que tomar.
Siento que estoy un poco más lejos de ti.

Cualquier conversación estará basada en recuerdos,
las anécdotas se repetirán igual que se repiten tus fotos.
Ya no hay nuevas ni las habrá.
Por eso me resisto a ver todos los albums de casa,
para que aún queden sorpresas que no nos dejen separarnos.

viernes, 9 de agosto de 2013

A la chica descalza le han amputado el corazón

Amanecía, a penas faltaban un par de minutos para las siete y allí estaba, frente a la fotografía situada en la leja que preside el escritorio de la habitación.

De pie y descalza, acariciándose con su propia mejilla el hombro izquierdo, casi besándolo. Era sobre el que el hombre de la imagen tenía posada su mano. Ella le miraba desde fuera fijamente, concentraba toda su atención en esos ojos que tantas veces había venerado de cerca. Intentaba que salieran del lienzo, que le dijeran algo, pero ahí los únicos que hablaban eran los de la chica descalza que se limpiaba dos lágrimas rápidas e infinitas que le surcaban la cara.

Recreó el momento inmortalizado en su memoria y recordó lo feliz que era entonces y cómo siempre buscaba sentarse cerca de él para disfrutar de su presencia, y mirando la imagen tiene la certeza de que él también lo fue y eso la reconforta a sabiendas que, aunque quiera, no podrá transmitir ni nadie entenderá lo inmensa que se sentía a su lado. Por eso son muchas las noches en las que se tumba en la cama con la luz encendida y se pierde en el cuadro. Lo mandó hacer de un tamaño considerable para que pareciera lo más real posible y tener la sensación de que él no la abandonará nunca.

Desde la cama lo observa. Es la última imagen que ve cada día, así lo siente un poco más cerca y así pretende sintonizar de alguna manera con él para que sepa que le manda fuerzas si todavía las necesita, que le transmite amor desde lo más profundo de su amputado corazón y quiere hacerle llegar las terribles ganas de verle aunque haga apenas seis meses de su marcha y el camino sin él acabe de empezar...

martes, 21 de mayo de 2013

Partícipe de nada

Tenía la sensación de estar pasando de puntillas una vez más. Todo a mi alrededor era fiesta. La ciudad reía y festejaba mientras les observaba por casualidad, a lo lejos podía ver las luces de colores, pero el coche no se detenía. Llegué a insinuarlo, incluso a decir claramente que me gustaría formar parte de aquel alboroto; pero el coche no paró y la espiral de conformismo volvió a aletargarme.

En el fondo, sabía que si fuera yo quien conducía, me hubiera desviado hacia allá, aunque no habría bajado. La soledad me reconforta y me tortura. Suelo pensar que malgasto mi juventud, pero en realidad me soy fiel. No me gusta esta diversión superficial y provocada, no hay felicidad real. Todo está controlado por nosotros mismos o por los demás. Los secretos son vox populi y los detalles, primeros planos. Hay falsos pijos y pijos alternativos. Ignorantes con títulos y títulos escondidos. Tantas categorías... Llevamos etiqueta. Y yo en mi sueño me la quito y vivo en los ochenta de mis padres, los sesenta de mis admirados abuelos o incluso en los felices veinte de Nueva York.

Oh, ¡mierda!



















Vuelta a empezar.

domingo, 28 de abril de 2013

Todavía crees que es un mal sueño

Buenas noches, te quiero.
Dicen que cuando una persona se marcha para siempre hay que dejarla ir. Y eso se consigue recordándola con alegría, pero es difícil y más cuando hace un par de meses que se ha ido. Si las despedidas ya de por sí son dolorosas cuando se trata de alguien que día a día te hacía feliz sólo con su presencia, ver que ya no está es demoledor.

Hay días que crees, aún sabiendo que nada volverá a ser como antes, que poco a poco le dejarás de echar de menos y que te acostumbrarás a no verle; pero hay otros días en los que cuando llega la noche, de repente, rompes a llorar y no puedes parar. Miras su foto y le ruegas a Dios que esté bien, que os vea y sienta que no está solo. Y le pides a él que por favor te haga una señal y que te ayude a sentirle cerca siempre. Es una desesperación amarga. Te quedas dormida llorando y en ocasiones, al día siguiente, te levantas abrazada al marco en el que está la foto de los dos. En esa que te tiene agarrada por la cintura y te aprieta contra sí mismo mientras te canta. Lo que darías por oír su voz…

Todos sabemos que la muerte forma parte de la vida, que hay que aceptarla y dar gracias por haber tenido la oportunidad de disfrutar del regalo que ha supuesto esa persona en tu vida. La teoría está clara, pero en los sentimientos no es aplicable. No se puede controlar la tristeza o la melancolía, ni recuperar ese trozo de alma que se fue con la suya. Todo se reduce a aprender a vivir con la ausencia.

Y claro que la vida sigue, y claro que tú vas con ella, pero ahora de forma diferente y eso también hay que asimilarlo. No solo tú, sino los que tienes a tu alrededor.

Ya no eres la misma.