martes, 22 de noviembre de 2011

Fortaleza


Riing. Riiiiiinng.
A partir de ahí todo se desmorona. Ella continúa con el teléfono en la oreja mientras sus ojos se inundan poco a poco de lágrimas. Siente que no puede hablar, que de un momento a otro no podrá seguir conteniendo el llanto. Silencio. Candela, con la voz entrecortada, acierta a decir unas palabras, pero es Victoria quien continúa por ella. Ya estaba todo dicho. Guardó su teléfono y se limpió las lágrimas antes de que ninguna compañera del internado pudiera verla. Se cruzaba con ellas por los pasillos, iban tan alegres, tan contentas porque era la hora del recreo y, sin embargo, Candela no tenía fuerzas ni para llegar a su habitación. Cuando al fin lo consiguió, se sintió morir. Su llanto era agónico, desesperado y sobre todo, amargo. Parecía que le iba a estallar la cabeza de tanto llorar, la mandíbula le temblaba y sus ojos apenas podían abrirse. No podía más y lo peor era que la historia acababa de empezar.

Cientos de noches, desde hace ya muchos años, Candela se acostaba y se levantaba con el mismo pensamiento. Era una tortura. Hacía un tiempo que esas ideas no acosaban su cabeza, sólo aparecían a veces. Pero ahora más que nunca vuelve a aquella época. Tiene miedo y no se cree capaz de volver a pasar por lo mismo. Ella no podría soportarlo, y reza para que él si pueda. Para que sea fuerte por todos y no deje que se apaguen sus risas. Dependen de él.

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