martes, 16 de agosto de 2011

Nada especial

Era la hora de partir, pero no le encontraba. Me extrañó que no estuviera junto a la puerta esperándome. Debía llevarme con su coche a una cita. Siempre soy la última en estar lista para salir y él es muy puntual. Me puse a buscarlo por toda la casa. Se hacía tarde.

Allí estaba. Sentado en el sofá del salón, con los ojos empañados y la mirada fija en la televisión. Observaba una película que ya había visto en otra ocasión. Según me contó más tarde, es un film que siempre logra emocionarle, aunque sepa de antemano lo que va a suceder. Versa de una historia de amor, una de tantas. Con un esperado desenlace. Y aún así, su ánimo se desestabiliza. Pasó al baño y momentos después ya estábamos saliendo de casa.

En el coche le noté algo distraído e hice una broma sobre la película para romper el hielo. Entonces me dijo: "A él también le emocionaban estas cosas. Cuando veíamos la tele, a veces, se le caían las lágrimas con algún programa. Era como yo. Tenía el corazón débil... tan débil." Mi única reacción fue anunciarle que ya habíamos llegado, que me podía dejar ahí y marcharse. Bajé del coche y esperé a que arrancara. Le despedí con una melancólica y tierna sonrisa. Evitándo centrarme en sus ojos, alcé la mano, abriéndola y cerrándola. Igual que los niños cuando dicen adiós. Como un pequeño triste que sabe que más tarde volverás pero que por el momento se queda solo. Yo estaba sola. Y él también.